EEl simbolismo francés supone una novedad respecto a la representación del Yo. Tras el pensamiento de la sospecha el poeta ya no es un enunciador inocente, sino que su Yo poético se encuentra en constante desplazamiento y transformación, igual que el lenguaje. El tratamiento del Yo que desarrolla Rimbaud en su escritura pone en juego la identidad a través de la auto ficción convirtiendo el texto en una autobiografía de lo imaginario y rompiendo la asociación tradicional entre lo biográfico y lo real. La problemática de la poesía es que, a diferencia de la narrativa, las lecturas han diluido al Yo lírico con el autor, se los confunden y se asocia el verso con la expresión subjetiva del autor empírico.

Por ese motivo la elección de la prosa rimada en Las Cartas del Vidente no es casual, pues sitúa al Yo en un punto intermedio entre la narrativa y el verso, entre objetividad y subjetividad. Mediante esta relación lingüística el sujeto se ha liberado de las normas lingüísticas y ha acontecido con toda su fuerza dionisíaca. Al dejarse atravesar por el lenguaje, el poeta se vuelve vidente en tanto que ve y realiza formas del futuro que no podrá comprender ni expresarlas.

En última instancia estas cartas se articulan alrededor de conceptos como la nada nietzscheana o lo real lacaniano justamente por su fuerza productiva en la exploración textual de otras vías de la modernidad. Tal y como Lacan advierte: no hay identidades previas al lenguaje, sino que hay procesos que influyen en la creación del sujeto y de la identidad. La frase «yo es otro» resume el estatuto moderno del sujeto lírico que ya no se considera una identidad, sino en relación con la alteridad.

La escritura de Rimbaud permite al yo desprenderse de esa noción tradicional de identidad basada en la unidad para abrirse a su íntima alteridad y dejarse constituir por un Otro ajeno del que no puede apropiarse: la voz de las escrituras ya no es la voz del autor, ahora habla el Otro, habla el lenguaje y se rompe la correlación entre las palabras y las cosas. La escritura de Rimbaud y el yo que de ella se desprende nos abre las puertas hacia el constante desplazamiento, hacia una lógica de multiplicidad, de diferencia y de significancia.

El yo como primera persona del singular se encuentra articulado a través de un distanciamiento respecto al sujeto que escribe, una méconnaissance que implica un doble nacimiento: el conocimiento de uno mismo es siempre un desconocimiento de sí y el sujeto se conoce en ese intento siempre frustrado de conocerse. En otras palabras, en contra del individualismo romántico el simbolismo subjetivo muestra que el sujeto ya no está donde la voz aparece, sino que está determinado por un inconsciente al que no tiene acceso directo y, por lo tanto, la poesía no es algo que surge de él, sino desde él.

«Quiero ser poeta y me estoy esforzando en hacerme Vidente: ni va usted a comprender nada, ni apenas yo sabré expresárselo. […] Pero de lo que se trata es de hacer monstruosa el alma […] Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos […] el gran maldito, –¡y el supremo Sabio!– ¡porque alcanza lo desconocido! […] La poesía dejará de poner ritmo a la acción; irá por delante de ella. ¡Existirán tales poetas! […]. Mientras tanto, pidamos a los poetas lo nuevo, ideas y formas […] las invenciones de lo desconocido requieren de formas nuevas» (Rimbaud, A., Iluminaciones; Cartas del Vidente, Hiperion, Madrid, 2010).

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