EEn ocasiones ocurre que una poesía captura la atención. Importa reconocerla, sobre todo cuando no se prodiga en librerías. Es el caso de Nicole d’Amonville Alegría. Salvadoreña, con fuertes raíces francesas, de una estirpe que los lectores de poesía reconocerán con facilidad. Suele darse el caso de poetas consumadas que no plasman obra extensa. ¿Qué, entonces, los hace grandes, incluso si recelan publicar? Influye el hecho de nunca abandonar la atmósfera poética de su existencia: escriben lo propio, traducen lo ajeno, dibujan una peripecia singular. Todo lo hacen como poetas. Y porque son poetas. Recordemos los sonetos de Shakespeare, los versos de formación de Cortázar, los haikus de Chora Miura… Conocí a Guillermo Boido. Leí sus 25 poemas, esa única plaqueta suya marcó la formación de muchos de nosotros. Pocos sabrán que era científico; muchos lo veneran como un poeta enmudecido en la observación perenne de la vida.
¿Qué vuelve a un hacedor poeta de verdad, aun cuando no publique? Un rasgo es buscar «arte vivo» con la lengua, como en Love’s Labour’s Lost Shakespeare pone en labios del caballero Longueville. Otro es amar el silencio, ese que al belga Edmond Jabès le permite afirmar: «Poesía es palabra rodeada de silencio». Tales signos distinguen a d’Amonville. Tradujo mucha poesía (Dickinson, Rimbaud, Mallarmé, Brossa, Gimferrer), augurio de que sabe escuchar. Es responsable de cuidadas ediciones (de Edison Simmons, Mosaicos, y Luis de León): entonces ha podido observar qué significa urdir una obra. Así da densidad a lo que escribe, su ocupación permanente, aunque sólo hayan publicado Café Central (Barcelona, 1995) y Acanto (Barcelona, 2005). Bromeando en Animal Sospechoso le dijimos que, si su ritmo es decenal, desde 2015 nos debe una nueva plaqueta. Sonrió y prefirió enviarnos algunos inéditos, incluidos al final.
Una poesía deja marca cuando nos pone ante un tono y un timbre específicos. Sin duda los poemas hablan de personas y de cosas, aducen espacios y tiempos que podemos precisar. Pero en el caso de Nicole lo que cuenta es un no se qué que balbucea. La memoria del lector se impregna de cierta sonoridad buscada. Su poesía es de lenta cocción. Porque lo que pausadamente cocina es ese ritmo de río regando la llanura de una vida, la suya: su lenta cadencia nos permite oír su música singular. Según Borges, recordamos a poetas que han plasmado alguna cualidad de modo eximio: el ritmo gongorino, la heroica temática whitmaniana, la tonalidad sepia que acaba tiñendo nuestros huesos cuando leemos a Montale.
Característica de d’Amonville es la búsqueda constante del gozo de la forma. Lo esboza en un poema de Acanto:
el gozo de la forma
el bozo.
deleite de las letras
el son don
en la armonía dura
la imagen alacena–
éxtasis.
exige mi existencia
si
no arrecife,
fe.
Una gema se asoma, se desprende, del roquedal silente del monte. La poeta se atreve a mostrar cómo talla su trozo de ónix, cómo da forma a lo que no la tenía. Sus poemas no ocultan la fábrica: ¿no es el arte artificio? ¿Cómo consigue aparente naturalidad con que leemos cada línea?: puliendo y puliendo la teja hasta transformarla en espejo, por decirlo con palabras del patriarca Dôgen. El trabajo de confección delata el gozo doméstico y cósmico de la ocupación poética de Nicole. Su alegría de lograr, sin que poco o nada trasluzca la esforzada labor. Sin enfatizar la métrica empleada, sobresale su afinidad con poéticas como el haiku japonés o el sufismo del turco Rumi. En esa locuacidad llena de precaución que es la suya, d’Amonville en todo momento mantiene el juego sonoro como, de nuevo en Acanto:
tarde en la cala
se recrea la luna
nueva en el aula.
El lector sospecha que la poesía de Nicole busca plasmar, explicitar, una forma de vivir (din, dirían los sufíes).
estás en todas partes y
sí en ninguna
en la isla de una nota
en el viento
en la higuera y el aire
que mueve el aire
en la oscura
en el cemento
como ave que alza el vuelo
desde un poste y
permanece allí en la memoria
una y distinta.
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el despertar:
en la boca del sueño
media naranja
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visito el vértice,
voluntad, vértigo,
victoria en lo menudo.
los verbos transitivos e intransitivos,
los grillos el vaivén.
algunos monos silban como pájaros.
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I never lost as much but twice–
And that was in the sod.
Twice have I stood a beggar
Before the door of God!
Angels – twice descending
Reimbursed my store –
Burglar! Banker – Father!
I am poor once more! (1858)
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Sólo perdí tanto dos veces–
Y eso en la tierra sucedió.
Dos veces he sido mendiga
¡Ante la puerta de Dios!
Ángeles –dos veces bajaron
Y repusieron mi caudal–
¡Caletero! ¡Banquero –Padre!
¡Soy pobre una vez más!