Descripción
Fue en I924; yo trabajaba entonces en la Biblioteca Nacional de París. Una mañana de invierno entré en una peluquería cerca de la Madeleine a que me lavaran la cabeza. Cuando por fin concluía la atroz operación, que como se sabe consiste en dejar lo a uno indefenso y doblado sobre el lavabo para aclararle la espuma del pelo, y ya casi cesaban los ruidos en el mismo cerebro, aún ante el espejo –siempre con los ojos cuidadosamente cerrados–, oí de pronto unas voces que discutían: una masculina de tenor que repetía, cada vez con más vehemencia: «Caballero, eso lo dice cualquiera»; y una penetrante voz femenina de palabras como pequeñas salvas de artillería: «¡Es increíble!», chillaba esa voz de mujer, «¡si hasta ha pedido loción Houbigant!».
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