Descripción
CANTO V
Y sin embargo,
todas las indigencias nos llevan al amor.
Un hombre débil se acomoda en las cumbres
de sus propias desgracias, en la altura inservible y seductora
de una salvación condicionada al tránsito perpetuo,
al esfuerzo que exige una ambición tan ebria
y sin embargo en ella se abandona.
Y sin embargo en ella se abandona.
Sin estar predispuesto al fracaso indudable se abandona
sometido a las furias, apariencias al borde de la nada,
falsas y burdas réplicas, pulmones malogrados
para hablarle a la asfixia cara a cara.
Toda nuestra inocencia se hace inútil
ante el tráfago de andar recomponiéndose
una vez más, y nunca y como siempre
hacer de lo absoluto la verdadera y próspera antinomia
que nos tira al abismo ante el simple recuerdo del pasado.
Una vez más y nunca y como siempre
se lanza hacia el vacío
en otra parte,
el hombre, el pertrechado…, en otra parte,
una vez más y nunca y como siempre
con todas las respuestas,
con todas las palabras,
con todas las pasiones invioladas,
dilapidando el ser en lo que es falso,
pervirtiendo con su melancolía todas las realidades,
toda su inconsistencia aniquilándose
con el fervor intacto para fingir la vida,
pusilánimemente engrandecido
ante el rigor de todo cuanto ignora,
pero alzando los ojos de puntillas en aquello que aguarda
aunque apenas exista,
aunque apenas exista desfallece
frente a la idolatría de un futuro implacable,
contradictorio y múltiple, reina sobre las bestias
de sus deformidades.
Tal vez no lo comprendas,
todo lo que está al margen nos sitúa
en medio de su turbio sumidero.
Tal vez no lo comprendas,
amar es la intención,
pero al amor lo abruman las preguntas,
las cien mil caras de la misma ruina.
Compartamos sus ruinas sin insistir en ellas,
sin levantar ficciones ni causas refractarias, sin el resentimiento
de que hayamos pintado de negro las balizas
que nos habrían salvado de encallar en la pérdida,
sin todas sus metástasis, sin ardor ni esperpento,
sin llenar de napalm nuestra inocencia…
a lo mejor así renaceríamos.
Tal vez no lo comprendas,
a lo mejor así renaceríamos
sin evaluar el agua que vertimos,
sin dar a las balanzas el pan que no cominos,
sin levantar las horcas del recelo,
sin expiar en ellas los pecados que nos inocularon
esos garfios de antiguos abandonos que nos hacen parientes
de cualquier soledad insoportable.
La sangre no nos mancha.
La lluvia no nos moja.
La luz ya solo sirve
para besar la boca de la herida.
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