Descripción
El enano
En este café Durruti,
el innombrable, maquinó
la quema del Arzobispo
de Zaragoza, o eso es
lo que cuentan. Hoy día es el sitio
de moda de los turistas en temporada, pero
en pleno Diciembre en el bar
se alinean los obreros de las fábricas
y los jornaleros tan grises
como el cemento. EL sitio huele
a cemento y a orina,
y nadie se quita el abrigo
o se acomoda ante un jerez:
una bebida digna de una reina, tan fino y seco
como el benceno.
Es domingo,
ya tarde, y cada hombre bebe a solas,
con seriedad. Junto a la barra
un enano canta para sí,
canta sobre cómo desde el famélico Sur
vino hasta aquí, de niño, a esta terrible
Barcelona, y pudo comer. No
todas las canciones son para sí;
se aleja de la barra,
con la panza que le desborda
y que está intrincadamente envuelta
en una enorme faja oscura,
y le dice al mundo que él es grande,
grande de corazón, y grande aquí
abajo, grande donde realmente cuenta.
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