Descripción
«Emily Dickinson sabía este secreto y se sirvió de él para convertir su dolor inmenso en creatividad, creatividad que en ella tomó la forma de poesía. No se dejó petrificar por el incesto sino que lo sacó de su cuerpo convirtiendo la enormidad de su sufrimiento en medida de la enormidad de su grandeza posible.
Para explicar esto, se valió de sus poemas, que son, cada uno, una obra maestra de la literatura universal. Y dentro de su poesía, se sirvió de una alegoría (palabras que, con tres saltos mortales, dicen lo indecible), alegoría que fue el blanco. ¿Por qué el blanco? Porque el blanco es un color y es, también, entre otras cosas, un hueco, un vacío, como por ejemplo cuando se nos queda la mente en blanco o nos sentamos delante de una página o una pantalla en blanco. Como color, en nuestra cultura el blanco significa sobre todo la pureza y la virginidad del cuerpo, el sentir de lo inmaculado. Pero –dirás– ¿no es justo la pureza y la virginidad lo que destruyen los abusos sexuales? Si, justo eso. Justo las dos caras de la medalla o de la moneda que, quien conoce el secreto del sufrimiento, no vive como contrarias sino como amigas. Porque el sufrimiento mantiene abierta la puerta a la felicidad y la vida, salvándote de la indiferencia, del no sentir nada, que es lo peor que te puede pasar porque la indiferencia te petrifica, convirtiéndote en un cadáver viviente.
Y el blanco de sus poemas avisa también de que Emily había hecho un vacío y puesto un hueco entre sí y el incesto, dejándolo en blanco. El vacío y el hueco informan de que ella había recuperado su pureza y su sentir inmaculado originario, el que tenía al nacer. Como las reinas de los orígenes de Europa de las que cuentan las leyendas que cuando eran acusadas (falsamente) de adulterio y condenadas a probar su inocencia con la prueba del fuego, andaban descalzas sobre el hierro candente sin quemarse los pies. Esto quiere decir que se habían vuelto inalcanzables a la violencia masculina, protegidas por el muro altísimo de la pureza originaria de su libertad interior.
Emily Dickinson lo explica con la alegoría del blanco en varios poemas, entre ellos el 307. Dice en este poema que consideraba cosa solemne que una mujer fuera blanca, no de piel sino porque llevaba en su interior el misterio inmaculado del ser mujer, misterio que es independiente de la violencia sufrida. Y añade que esta idea la llevó a pensar en cómo sería la felicidad absoluta cuando dejara caer su vida en el pozo místico del amor, y si entonces, al tocarla con la mano, la felicidad absoluta se sentiría tan grande como cuando la veía suspendida en la niebla. […]»
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