«Si la vida está perdida de antemano, sólo cabe luchar por la leyenda.»
EDUARDO ROJAS
El pequeño quejío del whatsap me requiere. Es Juan Pablo (Roa, por cierto) que me comparte una entrevista [«La poesía es meditación íntima con el mundo y con retazos de un yo que no conocemos del todo»] en la que ha tropezado con ocasión de la reciente aparición de su Cuaderno del Sur. A las parturientas se les envía flores, ¿por qué a los poetas se les envía entrevistadores? La leo. Encuentro algo que me llama, mejor dicho, algo me encuentra. Las palabras siempre están buscando a alguien a quien atrapar. Van y vienen, viajan sin descanso buscando un cuerpo donde anidar para hacer su puesta. A veces es un solo huevo, otras varios. Del celo que pongamos en covar [incubar] la nidada puede nacer un poema o un poemario. Lo de las novelas… queda para otro día.
«Sobrevida» es la palabra que me encuentra y la entrecomillo porque así es como la dice Juan Pablo al querer destacar que esa sobrevida es Deseo. Bien dicho Juan Pablo. El deseo es lo que se agrega a la vida para hacerla humana. La vida no necesita de la palabra para producirse (o reproducirse), el deseo, por el contrario, no es sin palabra. La madre del infans que llora le propone opciones lenitivas, de palabra o hecho, que se escriben en el organismo transformándolo en cuerpo. Así las madres transmiten la enfermedad que llamamos lengua. Así la palabra muerde la carne virgen. Así se transforma la necesidad en deseo, en sobrevida.
Entonces, ¿por qué la poesía?, ¿para qué los poetas? No hay ninguna necesidad que justifique su existencia; solo el Deseo de aproximación a la Verdad del parlêtre [serhablante; neologismo de Jacques Lacan] como causa de su desdicha y su grandeza. Aproximación siempre asintótica [DRAE: «que se acerca de continuo a una recta o a otra curva sin llegar nunca a encontrarla»] porque ninguna palabra restaurará la pérdida que nos hace humanos. Todo hallazgo poético padece de ser humo en las manos. No hay Eureka! para el poeta, que es tal porque eso no lo arredra.
Sobrevida. ¿En que se autoriza JPR para utilizar esta palabra en el sentido en que la usa? Nada más que en la transgresión que orienta su deseo de poeta. El poeta retuerce la norma, embauca al sentido común para hacernos transitar por los desfiladeros de su albedrío. Nos obliga a consentir en una sumisión lectora para descifrar su cifrado inédito. La poesía se presenta siempre que hay una subversión en la lengua, la métrica es una dificultad que remeda la imposibilidad de decirlo todo, es operación en el límite del silencio. En la composición supuestamente libre la escansión del verso ya es canción, que no está librada al azar. Está sujeta al ritmo que le impone el cuerpo sensible y expresa siempre la disarmonía entre el cuerpo y la palabra.
Sobrevida. Cuando el poeta hace sufrir al lenguaje la imposición de la métrica para extraer de sus vetas/venas la belleza del horror, está plegándose al mandato creativo de la sobrevida. Imita la imposición afásica que padece aquel que sufrió un accidente cerebro vascular: mi abuela, mi querida abuela a quien debo mi amor por la música y los mejores ravioles del universo mundo, tuvo el suyo y no podía nombrar las cosas por sus nombres convencionales, es decir, inventaba. Llamaba picaflor a la cuña y fue mi madre quien descifró su poema. Lo que me lleva a otra cuestión: ¿dónde está la poesía?, ¿en quien la escribe o en aquel que la lee? Falso dilema, la poesía no es sino la conjunción.
Canción del este
(Álvaro Mutis)
A la vuelta de la esquina
te seguirá esperando vanamente
ese que no fuiste, ese que murió
de tanto ser tú mismo lo que eres.
Ni la más leve sospecha,
ni la más leve sombra
te indica lo que pudiera haber sido
ese encuentro. Y, sin embargo,
allí estaba la clave
de tu breve dicha sobre la tierra.
Este mundo
(Ida Vitale)
Sólo acepto este mundo iluminado
cierto, inconstante, mío.
Sólo exalto su eterno laberinto
y su segura luz, aunque se esconda.
Despierta o entre sueños,
su grave tierra piso
y es su paciencia en mí
la que florece.
Tiene un círculo sordo,
limbo acaso,
donde a ciegas aguardo
la lluvia, el fuego
desencadenados.
A veces su luz cambia,
es el infierno;
a veces, rara vez,
el paraíso.
Alguien podrá quizás
entreabrir puertas,
ver más allá
promesas, sucesiones.
Yo sólo en él habito,
de él espero,
y hay suficiente asombro.
En él estoy,
me quede,
renaciera.
[De campesino; vi la mano, el aire]
(Olvido García Valdés)
De campesino; vi la mano, el aire
de trabajar duro que algunos artistas
tienen; de sol a sol tocar el rubat, escribir
un poema. Eran músicos, salían a la calle
delante de nosotros, hablaban y reían,
sólo en su mano el anillo turquesa, de noche,
salían a la calle en Madrid como quien sale
al mundo, a la carretera estrecha por la que alguien
pasará hacia el pueblo; tangentes el ojo y el anillo,
la curva del ojo y la curva del anillo, deseé
ir tras ellos; no me veían, si me miraran
tampoco me verían, campesinos
de mi niñez que produjeran
exquisita, melancólica música; ir tras ellos
a un mundo cálido, al frío de la noche.
[No pudo la noche quemar]
(Juan Pablo Roa)
No pudo la noche quemar
la cerilla de las buenas copas, los buenos tragos
pero de la vida diurna arrasó con todo
—depuso la salma de un cuerpo en pie
con gesto de sonrisa tibia,
como de alguien que va al trabajo porque toca—;
no la noche, sino la mano nocturna imprevista
de una ley opaca que a veces cala
en la madera equivocada;
no pudo la noche quemar la noche,
aunque perduran aún las pavesas;
incandescente alumbra la cerilla
de las celebraciones
para alimentar la eternidad de una sola tarde.
(non per sola vanità)
No decía palabras
(Luis Cernuda)
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Auque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.