Zorba el griego, la película dirigida por Kakogianni e interpretada por Anthony Quinn e Irene Papas, es seguramente la referencia que una gran mayoría tiene de Nikos Kazantzakis, autor de la novela en la que está basado este film de 1964. Más allá de Vida y obra de Alexis Zorba, que tuvo un gran éxito en todo el mundo a raíz de la película, el conocimiento del autor  y de su obra se limita a un reducido grupo de helenistas y amantes de la literatura griega.

Nacido en 1883 en el seno de una modesta familia, su Creta natal se hallaba aún bajo dominación turca. Algunas anécdotas de su infancia, contadas por el propio Kazantzakis, son altamente reveladoras del carácter luchador que ha caracterizado siempre a los cretenses en defensa de la libertad. Ahí va una breve sinopsis de una ellas.

Volviendo a casa de la mano de su padre, se encontraron con un soldado turco borracho que, con el sable desenvainado, se dedicaba a amenazar a todo aquel que encontraba. El padre se detuvo en una encrucijada, como dudando si tomar otra callejuela para evitar el encuentro. Optó por enrollarse un pañuelo alrededor de la mano y, al acercarse el soldado, le propinó un puñetazo en el estómago que lo dejó tendido en el suelo. Cogió el sable y se dirigió rápidamente hacia su casa. Al reponerse de la emoción, le dijo a su esposa algo así: «mañana, cuando Nikos vaya al colegio, que se lleve el sable para ir afilando los lápices». Aunque no todos de este calibre, serán muchos los recuerdos de infancia que Kazantzakis conservará en su memoria. Estudió la carrera de Derecho en la Universidad de Atenas, lo que no le impidió, mientras, escribir un par de obras de teatro. Curiosamente, una de ellas fue premiada y, a la vez censurada, por el mismo jurado que le concedió el galardón, por considerarla «demasiado atrevida». En realidad, toda su vida fue un verdadero torbellino de experiencias y viajes, impulsados por una especie de búsqueda insaciable. Asistió a los seminarios de Bergson en Paris, estudió Sociología y a Nietzsche en Berlín e Historia del Arte en Roma. Viajó por toda Grecia con su amigo Sikelianós, el poeta órfico. Por razones político-profesionales (ocupó cargos ministeriales) y por motivos periodísticos viajó a Italia, España, Chipre, Egipto y Palestina. Realizó varios viajes a la URSS (en la que permaneció un total de 2 años, soñando con mantener vivo «el espíritu de la revolución»): tenía buenas relaciones con los comunistas y llegó a presidir el partido socialista durante un tiempo. Más tarde llegaría hasta China y Japón. Durante unos meses ocupó el cargo de director de traducciones de la UNESCO.

Su obra escrita adquiere proporciones casi gigantescas. Además de un importante epistolario (sobre todo con Prevelakis), incluye artículos periodísticos, libros de viaje como El jardín de rocas, casi 20  obras de teatro, una especie de ejercicios espirituales (Ascesis, 1927), ensayos y obras infantiles, además de libros de poesía. Versionó algunos de los «Diálogos» de Platón y adaptó la Odisea de Homero al griego moderno. También llevó a cabo una ingente labor de traducción de obras de muy diversa índole (textos científicos, filosofía, literatura), introduciendo en Grecia a autores como Darwin, Büchner, Bergson o Nietzsche. Entre sus obras más conocidas destacan novelas como La serpiente y el lirio, Toda-Raba, El pobre de Asís, La última tentación, Cristo nuevamente crucificado y Libertad o muerte. Aún sin entrar en detalles, no es difícil imaginar que, con semejantes títulos, tuviese problemas con la Iglesia Ortodoxa que jugaba (y sigue jugando) un papel importante en la vida política griega. En España, la Iglesia Católica también incluyó sus obras entre los libros prohibidos y la Censura franquista denegó repetidamente el permiso para su publicación; finalmente pudieron publicarse, aunque con textos «corregidos» y mutilados. Incluso las versiones editadas en Argentina tuvieron problemas para su importación. La consecuencia más grave de los problemas con la Iglesia fue la denegación, en dos ocasiones, del premio Nobel de Literatura, a causa de las presiones eclesiásticas.


La odisea

Contrariamente a lo que puede parecer, «la Odisea de Kazantzakis», que da título a estos comentarios, no es una expresión metafórica sobre su ajetreada vida. Se trata de la obra más impresionante (y polémica) de la literatura neogriega [N. Kazantzaki, «Obras selectas», traducción del griego  de Miguel Castillo Didier, vol. 4, Editorial Planeta. Barcelona (1975)]. Concebida estructuralmente (en diciembre de 1914)  como la obra de Homero en 24 cantos, tiene algo de dantesco (no en vano tradujo también La Divina Commedia). Además, en la primera anotación conocida sobre esta futura obra, se cita un pasaje del «Inferno» de Dante, en el que se menciona a Ulises. Su publicación, aunque esperada a causa de que algunos fragmentos se conocieron a través de revistas literarias, provocó un impacto tal que uno de los estudiosos de su obra, D. Nikolareizis, lo describiría así: «Un aerolito cayó en 1938 en el lago de las letras helénicas  y removió sus aguas. Desde entonces permanece allí, inaccesible a muchos, como una isla de piedra a cuyo alrededor se navega para admirarla de lejos». Muchos son los elementos innovadores que contribuyeron a causar esa impresión:

  • la extensión final es de 33.333 versos, aunque una de las múltiples versiones que realizó a lo largo de más de 20 años llegó a tener 42.500 versos
  • la utilización de extraños versos de 17 sílabas, sin rima
  • el uso de un lenguaje popular, plagado de innovaciones y simplificaciones ortográficas cuando el griego «demótico» aún no estaba plenamente aceptado en los círculos culturales oficiales
  • la creación de términos compuestos a los que la lengua griega se adapta muy bien («raptor-de-almas», «de-plumaje-virgen», «lavado-con-los-besos», «cautivos-de-los-colores»…).

Sigue siendo una obra desafortunadamente inaccesible. Incluso físicamente: apenas puede encontrarse en algunas bibliotecas públicas. La obra comienza cuando su protagonista, Ulises, decide abandonar Ítaca definitivamente, «sin esperanza de recompensa ni de éxito».  Sin destino tampoco,

«Salve, alma mía, que el errar siempre por patria poseíste»

con la presencia constante e inevitable de la Muerte, a pesar de lo cual todos los personajes se entregan a una lucha admirable

«No amo al hombre; amo la llama que lo devora».

La acumulación de recursos (sueños, mitos, leyendas, ritos, creencias, vivencias, experiencias) de las más diversas procedencias  dota a los personajes de una entrega apasionada a una causa sin esperanza:

«Palpitan en sus entrañas los anhelos
con-caminos-opuestos y sin lógica […]».

Toda la obra destila notas de canto popular, tanto por su carácter narrativo como por su simplicidad sintáctica y la práctica ausencia de subordinación. Al estilo de las baladas anónimas de la tradición popular griega. Demoticista entusiasta, Kazantzakis estaba convencido de la necesidad de dignificar literariamente una lengua (el griego «demótico» o moderno) que los círculos oficiales y arcaizantes negaban como vehículo de conocimiento y de cultura.

Desde el primer momento, la llegada de Ulises a Ítaca no produce más que desencuentros: desde el primero en reconocerlo, su perro, al que aparta de una patada, hasta su hijo Telémaco, pasando por su anciano padre y la mismísima Penélope. Tras la sanguinaria eliminación de los pretendientes que ocupaban su palacio, la vida cotidiana y familiar se convierte en algo tan rutinario como mezquino. Una nueva Ítaca se va perfilando en la mente de Ulises:

«Me llaman las gaviotas. Clama el ponto.

Tiembla la espuma en mis párpados húmedos.

Y la inmortalidad me es servidumbre.

Dame otra vez el incierto destino».

En Kazantzakis el héroe homérico se convierte en un hombre que va envejeciendo con el inexorable paso del tiempo que arrastra a todos los personajes, incluida la propia Helena:

«Gira la tierra lentamente, transcurre el tiempo, entíbianse los días».

La Odisea de Kazantzakis es un gigantesco mosaico narrativo en el que se encajan con toda naturalidad las piezas líricas, los pasajes «épicos» y los tradicionales cantos funerarios griegos (miroloï):

«Duerme la muerte y sueña que todavía viven hombres».

O también:

«Sólo un instante es la vida, y la muerte es infinita».

Un aparente canto nihilista que es, en el fondo, un largo camino hacia el ascetismo. Una obra tan inclasificable y heterodoxa como su propio autor pero, eso sí, ¡apasionante!

 

Como colofón de estas palabras, véase este fragmento del final del Prólogo de 73 versos que precede al Primer Canto (o Rapsodia en términos del propio Kazantzakis):

«Por mi señor-Sol puedo jurarlo y por mi señora-Luna,
falso sueño es la vejez y la muerte es fantasía;
todas las cosas del alma son creaciones y juegos del espíritu;
todo es brisa ligera que sopla y hace abrirse las sienes:
levemente el sueño fue soñado y llegó a existir el Mundo.
¡Hermanos, del mundo tomemos posesión con el Poema!
Eh, tripulantes, los remos empuñad, y que llegue el capitán;
Madres, dad el pecho a vuestros hijos, no vayan a llorar.
Vamos, fuera del alma las vanas amarguras; tended vuestros oídos:
¡las penas y tormentos cantaré del renombrado Ulises!».

Y siguen 33.260 versos más!


Joan Ramon Lladós i Tirado (Barcelona, 1954). Farmacéutico, licenciado por la Universidad de Barcelona (1978) y divulgador y traductor de temas científicos, publicados en infinidad de artículos. Desde sus años de formación, en el Liceo Scientifico Italiano di Barcelona, su afición por la poesía lo ha llevado a traducir a poetas como Ungaretti, del que tradujo muy pronto un libro que aún debe correr por algún cajón, así como a Salvatore Toma (recién traducido). Esta afición lo ha llevado al perfeccionamiento de otros idiomas, como el griego (la nómina de poetas griegos admirados y estudiados excede los límites de esta nota), el francés y el italiano entre otras. Galàxies interiors es su primer libro de poesía publicado (septiembre de 2018) hasta la fecha.

 

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