Arden los tizones de la infancia,
calor que de repente renace,
chispa franca de la juventud
Acaso sea ese el motivo por el que se refiere a la vida como el folio en blanco en donde todo sucede, el lugar de encuentro por excelencia como nos dice en el verso final de «Preguntas» (p. 29), o se refiera al paisaje del propio uno de los versos de «Alba de noche», poema revelador que al final de la cuarta parte señala:
Desde la nada
en plena Noche
El propio verso
Es como si la vida de una poeta estuviese siempre vertida en la palabra, en el oficio desde donde abre su bitácora cotidiana, en donde además de plasmar la «expresión de su tiempo vital», la poeta refiere todo al verso, a la propia voz creadora. De hecho el canto de este libro se refiere al jardín verbal, al universo tachonado de preguntas como objetos normales del acontecer y se refiera a las nubes como a un canto derribado, o como al aliento vencido en su poema «Montsegur».
Pero esta álgebra particular sólo tiene lugar gracias al deseo, que en alguno de sus versos se refiere a las murallas de un castillo visitado como a la sangre arcillosa de sus muros. Lo dice claramente en «Vestidos» (p, 59) sin dejar lugar a dudas:
¡Sin amor no podría respirar! ¡Sin ti,
deseo, sería un cadáver
sin alma!
Siguiendo esta lógica de Alicia, no disuena un verso de su poema «Si hago de Alicia» en el que afirma que «hay que proteger el alma del poema» (p. 73), o que en «Oración a las vísceras» clama para que «con el sueño de la poesía / muéstrame las rutas de la verdad». Algo muy pertinente si se tiene en cuenta que «Sin norte el barco es ola y es viento» (p. 73).
Por supuesto que toda esta alquimia sólo es posible desde la mirada de la artista. De hecho «Las ventanas de los museos» es un poema que puede verse como un perno alrededor del cual gira el resto del libro:
Cada ventana de museo,
la de cada exposición,
expande luz y compañía,
te conecta con su día, con el tuyo,
da al objeto refulgente
su iluminación.
Cada ventana de museo,
la de cada exposición,
desde su cuadro trasparente
esparce un jardín de placer,
como todo lo que guarda el museo
o la mejor exposición.
Abiertas desde su rincón,
con espléndida armonía
y natural expansión,
dibujan un momento único:
son pasado y presente,
imaginación.
Sin cambiar nunca de lugar
regalan mundos diferentes,
la perfecta geometría
de paisajes en movimiento.
Me gusta mirar las ventanas
cuando voy a un museo,
o a una exposición.
Todos estos indicios están engranados entre sí gracias al poema fábula de la página 71 titulado «Por una calle» en el que sus personajes son el solitario Instinto, el Intelecto «que ni al Instinto ni a la Pasión se asemeja», la Belleza, todos ellos posibles actores, posibles peatones de las calles de este libro gracias al Arte, cuyos labios hacen el camino para que los demás transiten.
Cierro estas líneas, a modo de invitación a la lectura de este poemario, con las palabras, acaso las palabras más bellas y enigmáticas que hay en él, para que por un momento entremos a esta lógica del espejo, como Alicias curiosas entregadas a la otra lógica de la poeta, porque, como dice Tònia Passola, «la mirada del otro / es la mirada del más grande viaje».
Tònia Passola i Vidal (Barcelona, 1952) poeta licenciada en historia del arte y profesora de lengua y literatura catalana. Sus poemarios forman una especie de diario personal donde resuena el eco de la existencia y de la libertad sólo posible en el poema, y los temas tratados son el erotismo, la vida cotidiana en el ámbito doméstico y el impulso creador. Muchos de sus poemas han sido escritos desde 1991, publicados más tarde. Ha publicado Cel rebel. Edición ilustrada de Proa, Ediciones. 66 pp. ISBN 84-8437-234-0, ISBN 97884843723492001 (Premio Literario de Cadaqués Rosa Leveroni, 2000), La sensualitat del silenci (Tres i Quatre, premio Vicent Andrés Estellés de poesía, 2001), Bressol, 2005, L’horitzó que no hi és (Tres i Quatre, 2009) y Salto al espejo (2021)