Karin Boye es la niña triste de la poesía sueca, la incomprendida, la menospreciada, la que se enamora de quien no debe, la que es castigada por la severa pluma del marido abandonado y despechado. Aclaremos: abandonado por otra mujer para amarla a ella, lo que es un puñetazo doble a la sociedad de la época.

Nació con el siglo, sí, el veinte aquel, que es hoy ya siglo viejo. Cuando en 1900 nace Karin Boye es todo tremendamente nuevo, llegan juntas todas las maravillas: la luz, el teléfono, el tranvía. ¿Cómo sería el Gotemburgo de aquellos años, vistos por los ojos inquietos de la niña que se convertiría en una de las mejores poetas del siglo? ¿Y tendría tiempo para verlo? Dicen que se la pasaba pintando, encuadernando libros con sus pequeñas manos, escribiendo largos cuadernos de poesía para su abuelo, leyendo lo que escribían otros.

Temprano, Karin lee a Joyce. Aprende de esa lectura a manejar la prosa lírica, que luego sería el estilo que usaría para su novela Kallocaín. En Joyce reposa, queda prendada de ese fluir de las palabras. ¡Ah, tan bien ensartadas, que quiere escribir así! Por eso Karin traduce al irlandés, nos regala la mejor traducción de Joyce que existe en idioma sueco. Es poeta pero quiere encontrar música en la prosa, para ella es la escritura liberación y juego. Cuando escribe y traduce se entrega siempre demasiado, para ella todo suena y resuena, bebe de su extrañamiento. En sus versos es más Karin que nunca, baila entre sus dedos una palabra dura de mujer pequeña.

A Karin le duele todo, los brotes del árbol que despierta al fin de su letargo, la primavera aún en ciernes, su sexo despuntando inquieto al deseo. Y a Karin le duele, más que nada, que la ninguneen, que no le reconozcan su talento, que tenga que defenderse por ser diferente. Por eso un día, cansada y muy golpeada por la culpa, un día muy triste de sus escasos cuarenta años, Karin acaba con el martirio. Se toma todos los somníferos que encuentra y se queda dormida junto a una roca alta y lejana. Niña dormida en una ladera, así dice adiós a este mundo. Se va por fin, para poder ser Karin, más Karin que nunca, Karin ya para siempre.

 

Una fantasía budista

Se ha abierto el portón del mundo.
Desde lo alto del gran arco observo
y lo que veo es infinitamente grande,
ninguna vista es tan interminable.
Cuán profundo veo, qué tan lejos veo,
los ojos se aferran ya, a nada.
Todo lo que un día supe no existe
ni grande, ni pequeño… ni vida, ni muerte.
Un sólo paso en el Camino sin huellas,
de golpe me fue vedado el retorno
¿Nos apresuramos? ¡Ven, sígueme!
¡Todos los portones del mundo estallan!

Un amplio silencio

Suavemente se expandía el silencio como soleado bosque de invierno.
¿Cómo se doblegó mi voluntad de tan servil manera?
En mi mano latía un cuenco de vidrio sonoro.
De repente, mi pie se volvió temeroso y no rechazó la huida.
Mi mano se volvió cautelosa y ni siquiera pudo ya temblar.
Entonces me volví abundante. Fui atrapada por la fuerza de las cosas frágiles.

Memoria

Tranquila, quiero agradecer a mi destino:
pues nunca lo perdí del todo
Así como la perla crece en la concha,
así dentro de mí
creció dulce la entraña
Si un día te olvido
serás sangre de mi sangre,
siempre uno conmigo
tú, la ofrenda de los dioses.

–––––––––––––––––––––––

Karin Boye (Gotemburgo, 26 de octubre de 1900-Alingsås, 23 de abril de 1941) fue una poeta y novelista sueca. En 1932, tras la ruptura de su matrimonio, tuvo una relación con Gunnel Bergström, la esposa del poeta Gunnar Ekelöf. Se suicidó en 1941.

 

Haz parte de nuestro grupo de Whatsapp!

Y consúltanos sobre el libro que buscas

Contáctanos solicitando hacer parte del grupo de Whatsapp 
Asesoría de librero experto!

 

Abrir chat
¿Buscas un libro en especial?
Hola
Aquí Animal Sospechoso ¿Necesitas info sobre un libro de poesía o autor/a? Te ayudo