Tres poemas más del libro Guitarra del mesón (2017)
Contra el muro
Si vas a Panamá no olvides, antes o después de comprar, antes o después de que suba o baje la marea. En un rincón contra el muro, sobre la arena cansada: mamoncillo, mango, palmera. Allá se trenzan, callan, suspiran.
Los vi y no dije nada. Mango, palmera, mamoncillo. Contra el muro, allá en la calle Sol, bajando las escaleras. Tres sucios troncos sin resignación, en un costado invisible para la lujosa clientela. Patios y oscuridades de madera también vi, y fachadas blancas, y gente que tendrá que mudarse porque desentona con las farolas.
Los vi y no dije nada. Los vi y sigo pidiendo: si vas a Panamá, allá en el Casco Antiguo, búscalos. Palmera, mamoncillo, mango. Del otro lado de los rascacielos y los hoteles de Paitilla.
Trenzados. Callados, alma con alma soñándose. Soñándonos.
Postal que nadie pedía.
Taxco
Aquella noche llegando a Taxco, recuerdas, dijiste: “Acá me quedo”. Lo dijiste, después de tantos viajes, de tantos cansancios y noches. Lo dijiste, y yo miraba en tus ojos el reflejo de un laberinto de luces colgando de la montaña. Lo dijiste, y las palabras nada decían en medio de aquella niebla que tejía y destejía el titilar de los fanales.
«Acá me quedo, mi amor», dijiste también luego, antes de dormirnos, mirando desde el ventanal las perfumadas formas de un verdor sonoro.
Al otro día, con el pretexto de comprar un brazalete de plata, subimos hasta una feria y luego volvimos calle abajo en un taxi sin puertas ni frenos. El chofer, un joven de labios gruesos, conducía mirando hacia cualquier parte mientras reía.
«Acá me quedo», también dijiste en otro paseo. En cada abismo había una iglesia. En cada iglesia, otras ventanas con abismos. Cada calle era una comparsa de tejados haciendo equilibrio.
Hoy el brazalete y los recuerdos de tus brazos vuelven. También el joven de labios gruesos, los mineros mudos, una alemana lastimada por el sol, nosotros en el paisaje lunar de Cacahuamilpa…
«Acá me quedo, mi amor«» dijiste.
Como un ruego.
Otra vez es jueves y otoño
No llegaré a París. Apenas estoy disfrutando de otro almuerzo en el restaurante Navia. Del otro lado del ventanal, hay un chopo, otra avenida de Barcelona y la estación Francia.
Nada importante me trajo ni me espera en otra parte. ¿De dónde eres?, una muchacha que anota el pedido me pregunta. Y cuando me dispongo a responder, me contengo, respiro, olvido las palabras. Del otro lado del ventanal las ramas y las hojas del chopo se mecen. Hay brisa en la calle. No el sol partiendo el mediodía. No las arrugas prematuras ni la eterna polvareda. No la lluvia mojando y remojando las gallinas bajo la sombra de una guásima.
Vengo desde algún lugar fugaz, no desde mi esencia. Mejor no preguntes. Ya he dicho, escrito y callado suficiente. Ya he visto secarse como higos tantos ojos del asombro. Mejor, mucho mejor ahora pagar, agradecer, mirar en otro ventanal los paisajes ajenos de siempre.
El chopo y los rostros maquillados y educados transcurren. Puntuales y limpios como aquí también los trenes pasan. Tan diferentes de aquellos que surcaban los arrozales de mi infancia.
Mejor no hablar. Estamos en el Barrio Gótico. Sobre las piedras de una judería, eso que ahora fácilmente explican y argumentan. En esta Barcelona donde en muchos balcones sólo hay lugar para una estrella blanca.
No, no llegaré ni moriré en París. Del otro lado del ventanal siguen meciéndose las ramas. Otra vez es otoño y en su añeja luz Barcelona insiste.
Aquí tampoco me quedaré.
René Fuentes (Bayamo, Cuba, 1969), poeta, narrador, dramaturgo y periodista cultural en publicaciones uruguayas y extranjeras, reside en Uruguay desde 1996. Ha merecido, entre otros, el premio Internacional de Poesía Blas de Otero-Villa de Bilbao (2016) por su libro Guitarra del mesón y el premio Nacional de Literatura en Uruguay (2017), por Caballo que ladra y el premio Iberoamericano de Poesía Marosa de Giorgio (2017), por el libro Hidalgos.