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Presentación de Laberinto, de José Manuel Benítez Ariza
marzo 3-19:00

Presentación de Laberinto, de José Manuel Benítez Ariza, a cargo de Sandro Luna
José Manuel Benítez Ariza (Cádiz, 1963), escritor y poeta autor de novelas, libros de relatos y traductor. Ha traducido obras de Rudyard Kipling, Joseph Conrad, Herman Melville y Henry James, entre otros autores. Asimismo, ha colaborado en diversos periódicos como Diario de Cádiz, El Independiente de Cádiz, etc. y hace crítica literaria para el suplemento El Cultural del diario El Mundo. Su estilo se caracteriza por un verso fluido, sereno y sin sobresaltos, aunque con encabalgamientos abruptos y expresiones anticlimáticas, con una voz muy clara y precisa.
Sandro Luna (BarcelonaL’Hospitalet de Llobregat, 1978), poeta y profesor. Hasta la fecha ha publicado varios libros de poesía. El monstruo de las galletas (Hiperión, 2020) es el último de ellos.
Dos poemas de Laberinto, Sevilla, Editorial Renacimiento, 2022:
La primera
Pero aquí, en este prado de Aguas Nuevas,
han dejado caer la angarilla de alambre
con la que cierran el cercado
y una primera oveja
ha señalado con el gesto,
un cabeceo apenas,
seguido de unos pasos titubeantes,
la embocadura del camino.
La siguen las demás,
prietas y protegiéndose entre sí,
envueltas en la polvareda
y en el olor cordial que las trasciende
en el silencio denso, pautado de cencerros.
Nosotros, desde el coche detenido
al paso del rebaño,
más que verlo pasar, lo entresoñamos.
Y nos sacan del trance los ladridos de un perro.
Un amigo me ha dado unas verduras
Me dice: «Al limonero
ya casi se le quiebran
las ramas con el peso. Todavía
quedan acelgas y lechugas de hoja
rizada y otras clases. Y he limpiado la linde
de tagarninas: ahí las tienes,
peladas, sin espinas, listas para el cocido».
Con todas estas cosas ha llenado una de esas
sufridas cajas negras de rejilla de plástico
que usan en los mercados para llevar la fruta
y luego dejan apiladas junto
a los contenedores de basura:
los limones debajo, encima las acelgas
y las lechugas sin atar; los haces
de tagarninas a los lados,
llenando los resquicios y extendiendo hacia afuera,
como dedos de bruja,
los largos tallos en estrella, unidos
todavía al pedúnculo central.
Pero su verdadera
dimensión sensorial está en el peso:
esa pulsión gravitatoria
de lo que es tierra y sólo con esfuerzo
separas de la tierra
al levantar la carga a pulso
y llevarla en volandas por la linde
como quien porta al dios del lugar una ofrenda,
el excedente natural que toda
economía previsora
reparte en dones de amistad,
antes de que se enzarcen los tallos de las tagarninas
y se conviertan en espinos, antes
de que ennegrezcan los limones
o granen las lechugas, antes
de que el tiempo sentencie incluso contra
esta abundancia ahora inagotable.