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Kabul (crónica de un silencio) | El fin es solo un accidente

mayo 6-13:00 - 15:30

Presentación de Kabul (crónica de un silencio) y El fin es solo un accidente (XLI Premio Internacional de Poesía Juan Alcaide), de José Manuel Lucía Megías

Presentación y recital a cargo de Gastón Gilabert

En este hermoso y conmovedor poemario, José Manuel Lucía Megías invita al lector a recorrer un periplo que va desde lo confesional y nostálgico (pero también doloroso y, por momentos, desgarrador), para metamorfosearse paulatinamente en un canto de amor y una reflexión existencial sobre la vida y la muerte, en la que resuenan, entre otros, ecos de aquellos otros poetas, el jónico Heráclito y el bíblico de Eclesiastés. En dicho periplo, el lector irá descubriendo que el ímpetu transformativo que emerge de El fin es solo un accidente es primordialmente obra del verbo, de la palabra poética.

 

 

Kabul comienza con un verso escrito el 15 de agosto de 2021: «Hoy Kabul se ha despertado en silencio». Un verso que es un titular de la prensa del momento, la que nos iba contando día a día, detalle a detalle, cómo Kabul caía en manos de los talibanes ese día y cómo Kabul -como Afganistán- hacía realidad la peor de sus pesadillas, la vivida hacía veinte años. Y día a día las noticias de las colas interminables en el aeropuerto, los desmanes, la salida de los aviones eran los titulares de la prensa y eran también la crónica de un fracaso que se volvía en verso. Y así hasta el 31 de agosto cuando salió de Kabul el último de los soldados norteamericanos. Un fracaso anunciado. Un fracaso que llenó de indignación y que hoy solo perdura en el dolor de tantos millones de afganos, en los millones de los que, día a día, seguimos recordándolos, defendiéndolos, luchando para que la esperada “crónica de un silencio” nunca llegue a dominarnos.

De El fin es solo un accidente
(por José Manuel Lucía Megías)

[8]

La madre de mi abuela murió comiendo una fruta.
A media tarde.

Sentada en su sillón en la sala de estar.

En la cotidiana ceremonia de la merienda
mientras sus hijas bordaban,

en silencio,
a su lado
y entre las cortinas se colaba el ruido de la calle,
de una de las calles más pisoteadas,

más transitadas del pueblo
al ser la calle que acababa en la puerta de los bares.
Nada aquel día presagiaba el rosario de lágrimas al llegar la tarde.
Nada en la madre de mi abuela presagiaba el final
de un juguete que se queda, inevitablemente, sin cuerda.
Como todas las tardes,

con la precisión de los relojes familiares,
le ofrecieron una fruta que tomó con sus manos infantiles,
esas manos acostumbradas a acariciar la porcelana china.
Y se la llevó a la boca,

como siempre,
como todas las tardes,

en un gesto lento,

aristocrático,

casi religioso
como si en aquella fruta se cifrara el misterio
de una vida entre algodones y silencios matrimoniales.
Nadie pudo sospechar que sería la última fruta de su vida.
La tarde permanecía en silencio,

a pesar de los pasos en la calle
y alguna conversación lejana y el calor que era un infierno.
Y de pronto el silencio,

ese otro silencio después de un suspiro.

Y de pronto,

la mano que pierde su verticalidad
y la fruta que cae al suelo, en un suicidio imprevisto.

 


De Kabul (CRÓNICA DE UN SILENCIO)
(por José Manuel Lucía Megías)

Prólogo (Kabul, junio 2022)

Donde no llega el grito,
permanece la memoria.
Donde no llega la condena,
hieren los versos
Donde no llega la historia,
vive la poesía.
Donde no llegan las prohibiciones,
es necesaria la conciencia.

Ya nadie se acuerda de Kabul.
Los periódicos han olvidado sus portadas diarias
y los testimonios de la huida se han vuelto recuerdos
evocados en conversaciones cada vez más solitarias.
Las cometas de Kabul permanecen heridas en los sótanos
entre el polvo de algunos libros y de banderas arcoíris.
Kabul amanece como todos los días,

como todas las ciudades.
Con sus prisas, con su polvo, con la incertidumbre de la comida
y las calles atascadas de silencio y de pasos arrastrados.
Sara prepara,

un día más,
sus clases de español,
y lo hace sin libros, sin palabras, sin las gramáticas
con las que poder soltar el nudo de las dudas de sus alumnos.
Hoy Sara lo va a intentar de nuevo,

hoy Sara lo va a conseguir.
Hoy visitará el Museo Nacional con sus alumnas de español.
Sara está,
pero no vive.

Como Kabul.
Hace dos semanas las mujeres salieron a las calles de Kabul
con hambre, sedientas de las ilusiones prometidas,
sin respirar, casi sin respirar debajo de la hiyab,
y las aceras escucharon,
de nuevo,

sus voces y sus gritos
y una vez más, las aceras y el polvo y las paredes enmudecieron.
Condenadas a la pobreza del silencio.
Condenadas a ser sombra por los muros de adobe.
Condenadas a desaparecer bajo el burka
de nuestra indiferencia, de nuestra distancia,
de este abandonar la miseria al polvo del desierto
y convertir sus tragedias en un suspiro entre cervezas.
A miles de kilómetros de distancia,
a miles de kilómetros de olvido,
Kabul amanece

un día más
bajo el sol del oráculo

y las leyes de la historia que se cumplen en las matemáticas
de los algoritmos que gobiernan cada uno de nuestros gestos.
Amanece en Kabul, en una ciudad que,

un día más,

se está muriendo.

Como hace un año.
Como hace una historia.

Asfixiados

bajo la arena del desierto de nuestra indiferencia.

[1]
Hoy Kabul se ha despertado en silencio.
Y en silencio permanece.
El silencio de los escaparates cerrados.
El silencio de las galerías mudas.
El silencio de las calles vacías
y de las paredes tiritando de miedo.
No hay vecinos.
No hay familia.
No hay amigos.
El silencio de los pasillos
inunda las habitaciones de las casas.
A lo lejos, del aeropuerto de Kabul
llega el eco de las carreras y de los gritos.
Pero Kabul permanece en silencio.
Sin respirar.
Sin atreverse a respirar,
conteniendo el aire de las montañas del Norte.
Las paredes se han vuelto mudas
y los armarios tiemblan
y tiemblan también los documentos
olvidados en un cajón de la oficina.
No hay vecinos.
No hay familia.
No hay amigos.
Un fusil permanece en silencio
apoyado sobre una de las paredes de Kabul.
Un silencio que ensordece.
Un silencio que amenaza.
Un silencio que condena.
Un silencio que mañana
se llenará de nombres y de direcciones
y de un rincón de lágrimas
y de un tiro de gracia y de un burka
y de una muerte cotidiana que se apodera,

por momentos,

de esta ciudad que hoy amanece en silencio.

[15 de agosto]

José Manuel Lucía Megías (1967) es un filólogo y escritor español, catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid. Nacido en 1967 en Ibiza, es catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid, coordinador académico del Centro de Estudios Cervantinos (desde el año 1999 hasta el 2014) y vicedecano de Biblioteca, Cultura y Relaciones Institucionales de la Facultad de Filología de la UCM. Además, dirige la plataforma literaria Escritores complutenses 2.0y la Semana complutense de las Letras de la Universidad Complutense de Madrid (desde el año 2010 hasta el 2017).Como Filólogo Románico, se ha especializado en libros de caballerías, crítica textual, humanidades digitales, Cervantes y en iconografía del Quijote, siendo el director del Banco de imágenes del Quijote: 1605-1915.
Ha publicado los siguientes libros de poesía: Libro de horas, Prometeo condenado, Acróstico, Canciones y otros vasos de whisky, Cuaderno de bitácora, Trento, Tríptico, Y se llamaban Mahmud y Ayaz, Los últimos días de Trotski, Versos que un día escribí desnudo, Aquí y ahora, además de diversos poemas en antologías y revistas. Toda su obra poética hasta el año 2017 se ha reunido en el volumen El único silencio, y en el año 2018, Pablo M. Moro realizó una antología de su poesía con el título Yo sé quien soy. Inventario de una noche.

 

Detalles

Fecha:
mayo 6
Hora:
13:00 - 15:30
Categoría del Evento:

Local

Librería Animal Sospechoso
Ventalló, 9
Barcelona, Barcelona 08025 España
+ Google Map
Web:
https://animalsospechosoeditor.com

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