Me pide Juan Pablo Roa, editor, poeta, y por tanto Animal sospechoso, que defina bajo mi perspectiva de autor, y utilizando 1000 palabras, el hacer fugaz de la poesía visual.
Ante esta petición la primera pregunta es obvia: ¿Qué es la poesía visual?
Y acto seguido, tener la tentación de buscar definiciones que ya hayan hecho otros escritores, autores, filósofos y críticos, sobre este arte.
«El poema-objeto, es una criatura anfibia que vive entre dos elementos: el signo y la imagen, el arte visual y el arte verbal. Un poema-objeto se contempla y, al mismo tiempo se lee» (Octavio Paz, Los privilegios de la vista I: Arte moderno universal. Obras completas, tomo VI, p. 92).
Como autor entiendo que la poesía visual, además de compromiso, como cualquier arte, -considero absurdo el arte por el arte- es belleza y como toda belleza es difícil.
Como arte me referiré a la ecuación que desarrollé para ilustrar la introducción breve, de mi publicación Abra kada pal abrA, en la que el artista y crítico de arte, John Berger 1926-2017, haciendo mención de Max Raphael (1889-1952), relaciona el arte con tres axiomas, el mundo, el artista y los medios; lectura de la que extraje que, como sucede con el arte poética escrita, la morfología, la sintaxis y la semántica, son los hilos inaprehensibles que mueven el espíritu del lector.
El objeto al que está sujeto el poema visual o el poema objeto, es pues en su morfología, su orden y su significado, premisas en las que residen, en justa medida la tensión de los hilos que han de mover, incluso remover al lector-espectador.
Tensión que puede, pero que no debe quedar en una representación lírica, popular y al alcance de la comprensión inmediata y a primer golpe de vista; el poema visual ha de ser el resultado de un análisis más profundo, un silogismo que a mi entender no puede concluir en una lata de tomate.
«Puesto que lo paga el vulgo, es justo hablarle en necio para darles gusto.»
(Félix Lope de Vega, 1562-1535).
La poesía visual ha de agitar el espíritu del espectador y ha de provocar en él, un debate interno y a su vez un debate externo y enfrentar la unidad clásica y el arte moderno.
Dilema con la intención de que el lector-espectador mediante el diálogo con los objetos que lo rodean, extraiga de estos, el carácter universal vinculado al sustantivo del ser humano.
Es poesía ese muro divisorio, separador hecho de frías piedras que esconden, motivos, razones, memorias y simbolismos.
¡Oh! Muro divisor,
Que en dos partes,
¡Oh! Tú que entrañas dolor mudo,
Odio,
Sin alma, presto, servil.
Devienes involuntario en arte.
Ese muro mortalmente herido de musgo gris, en reverdecer, expuesto al diálogo con los sentidos, se convierte en poesía visual, antes de serlo literaria.
Es pues que la poesía visual procede de ese diálogo que se establece, mediante la percepción sensorial y las formas de la realidad, y es cuando al cerrarse el círculo que surge el producto, la expresión de una idea, que dada al signo, quedará convertida así en una nueva forma para establecer un nuevo diálogo visual a disposición de un nuevo lector-espectador, ya atrapado en los hilos del poema.
Los elementos que considero esenciales y en los que baso personalmente mis obras de poesía visual son la actualidad, el lenguaje y la filosofía, volver de continuo a recorrer el camino, observando que ha quedado abandonado en el decurso del pensamiento a lo largo de estos últimos cuarenta siglos, volver al noema, al origen de la palabra, y cabe aquí recordar a Joan Brossa 1919-1998, y a su extraordinaria exposición Joan Brossa o les paraules són les coses, y pensar en que sustancias contemporáneas decidiría él plasmar, en forma de poema visual. Regreso continuamente a los orígenes del lenguaje, al arte rupestre como poesía, puesto que éste reúne todos los elementos para serlo. Ya que es símbolo –simbolismo– simboliza. Es signo –trazo– significa. Es significado –posee, misticismo, magia y es significante– en su representación ilusoria de todas ellas.
Y de nuevo aprehender la evolución de las vocales y de las consonantes, la evolución de la fonética a la grafía, a las funciones y posiciones de las vocales y las funciones y las posiciones de las consonantes, a recorrer la filosofía, devastada por el dios complaciente y acomodaticio a nuestros miedos, recorrer –quarendo inveniatis–para devolver a la unidad aquellos valores que han dejado de observarse, por distracción, por algún interés sistemático, o por la condición del tiempo, puesto que el futuro de inmediato traspasa la realidad y dada la causa de apoyarse en lo anterior -a menos que seamos adivinos- va a ser muy difícil deshacernos de los lastres del pasado.
El principal objetivo de la poesía visual es pues extraer, ir al límite de los significados para llenar la vacuidad del poema, de la misma manera que lo hace, el definido como más universal de los lenguajes que existen, la música.
Cuando leí Gödel, Escher, Bach: un Eterno y Grácil Bucle, de Douglas R. Hofstadter; se puso en claro el valor de la composición del pensamiento universal y por extensión el de la poesía visual y de sus experimentales posibilidades. No fue una lectura fácil, puesto que requiere del esfuerzo de construir sobre la marcha, analogías en base al fondo y a la forma del contenido que se exponen, matemáticas, representación gráfica, música y lógica; muy a diferencia de otras genialidades de la prosa que busca como objetivo, un resultado inmediato en el lector, un resultado unívoco, dada esa condición insoslayable del extraordinario y respetado lenguaje literario, en el que se pueden hallar desde la ironía nihilista de Mikhail Bulgakov 1841 -1940, hasta el humanismo de D. Miguel de Cervantes 1547-1616.
Mi personal conclusión, es que la poesía visual a diferencia de sus congéneres, también heridas por el signo, es significado en movimiento, es agitación sorpresiva, es irreverente, es un ser libre de conclusiones inesperadas, todavía más sospechosa que su hermana literaria.